lunes, 3 de diciembre de 2012

Ruta: Tainan

Tainan (台南) es la cuarta ciudad más importante de Taiwán y se encuentra al sur, entre las ciudades de Taichung y Kaohsiung.

El tren regular tarda unas 4 horas y cuarto desde Taipei. Se puede ir también en el tren de alta velocidad, aunque la estación no se encuentra céntrica y luego coger un bus shuttle.

A pesar de que todo el mundo me había recomendado la visita y me habían hablado de la importancia histórica de la ciudad, debo decir que me decepcionó bastante.

Tainan fue un importante asentamiento de colonos europeos, algo similar a Tamsui, por su situación privilegiada en las rutas marítimas del Estrecho de Taiwán. Es una de las ciudades más antiguas del país, sin embargo, los monumentos que se conservan, principalmente los fuertes, poco o nada tienen que ver ya con lo que fueron porque se abandonaron o destruyeron y después encima construyeron otras cosas. Así que sentí poco la antigüedad de los lugares que estaba visitando, la verdad. Hay que decir además que, al contrario que otros lugares de Taiwán, en Tainan casi todos los monumentos son de pago, incluido el renombrado Templo de Confucio.



Anping Fort
Eternal Golden Fortress
Fort Provintia

La ciudad además se nota muy poco cuidada. Está todo el suelo lleno de marcas rojas de los escupitajos del betel nut. El transporte público es casi inexistente, algunos autobuses pasan cada hora, no hay metro, así que todo el mundo se mueve en moto. Caminar se convierte en una odisea de obstáculos: maniquíes, tiendas, motos aparcadas, mesas, bicicletas, etc. Las aceras por supuesto no existen tampoco. Y si hay algo que demuestra que la ciudad no está hecha para peatones son los semáforos. Estas señales normalmente cuentan con luces que indican a los peatones si pueden pasar pero allí no, de manera que cuando quieres cruzar tienes que fijarte en las luces de los semáforos de las esquinas o de la dirección que sea para ver si el tráfico va a detenerse.




Para los turistas se han habilitado un par de líneas de autobuses urbanos: roja (número 88) y azul (número 99), que te llevan por los lugares más importantes de la ciudad, aunque hay que estar pendiente de los horarios. Los billetes costaban 18NTD por trayecto u 80NTD (0,50 o 2 euros) para todo el día. Recomiendo informarse de esto en la Oficina de Turismo de la estación de tren de Tainan para conseguir el mapa de la ruta. También hay una línea verde que lleva a las afueras para observar pájaros.



De Tainan me gustaron sólo dos sitios. El primero, la zona del Templo de Confucio, ya que alrededor tiene calles interesantes con restaurantes recomendados donde se pueden comprar baozi o salchichas; los buenos sitios se reconocen fácilmente porque es donde los taiwaneses harán fila.




El otro lugar que me gustó fue el Templo de las Cinco Concubinas, donde se respiraba mucha tranquilidad y estaba bastante bien cuidado y eso que se construyó a finales del siglo XVII.




Hay que advertir que en Tainan los mercados nocturnos no abren todos los días, así que hay que asegurarse bien antes de ir.

Tainan no es fea y las historias de los lugares resultan interesantes pero es una ciudad incómoda... 







El puerto tampoco resultó atractivo y además estaba lleno de peces muertos...



Y la Anping Tree House pues no era más que eso, unos antiguos almacenes invadidos ahora por árboles y maleza, que yo creo que no merece la pena, pues ni que fueran los templos de Angkor en Camboya. Se puede ver desde fuera.

Cualquiera que viaje por Taiwán aprenderá al poco tiempo que muchos lugares turísticos están sobrevalorados (como dice el refrán: "De donde no hay no se puede sacar"). Y no soy la primera que se siente decepcionada al ir a un sitio y pensar "Pues no es para tanto".


Y para dejar un poco de lado el estrés de caminar por Tainan (caminar me parece mejor forma de conocer una ciudad que ir en taxi), decidimos ir a las afueras a visitar el Museo de la Sal y la montaña de sal de Qigu.

Para llegar tuvimos que coger un autobús primero hasta la ciudad de Jiali y después un minibús que nos dejó en la puerta de la montaña de sal. Esto no hay que hacerlo si el día que pretendes ir a revolcarte en sal funciona la línea turística azul (sólo en fines de semana); hace la vida un poco más fácil.

En este lugar existió una importante industria de sal (Taiwan Salt Corporation) que interrumpió su actividad en el año 2002, tras 338 años de dedicación. Allí dejaron una enorme montaña de sal de 39.000 toneladas a la que puedes subir y que por lo visto es muy visitada por japoneses, quienes consideran la sal un elemento purificador que atrae a la suerte. Tras años de estar expuesta a la intemperie no sólo se ha compactado sino que ya no es tan blanca como uno se imagina por muchos muñecos de Navidad que pongan.



Al lado de la montaña hay una cafetería donde tomar helados con sal y una tienda con todo tipo de productos, como la pasta de dientes con sal. La he probado y es un poco rara al principio pero se le pilla el punto.


A mí que me da por visitar lugares un poco extraños o curiosos, como el Museo del Agua Potable o la antigua cárcel de Jingmei, el Museo de la Sal es uno más en la lista. La distancia entre la montaña y el museo es de alrededor de un kilómetro, caminando por el arcén (había un atajo pero la valla estaba cerrada).

Es fácilmente reconocible por su arquitectura en forma de pirámides blancas. La entrada cuesta 130NTD para adulto y 110NTD para estudiantes (4,7 o 3 euros).



El museo empieza muy bien, contando cómo se producía antiguamente la sal, lo que hacía cada trabajador, etc. En los años posteriores al refugio del Kuomingtan en Taiwán, existía una policía de la sal (al igual que en China), que vigilaba que nadie la robara, ya que por el precio que tenía era todo un negocio.

La pena es que al subir al resto de las plantas del museo los carteles dejan de estar en inglés, de manera que se pierde el encanto. En los pisos superiores tratan principalmente de la importancia de la sal en la naturaleza y para el ser humano y de sus usos en otras industrias, como podrían ser en la fabricación de salsa de soja, alimento para ganadería, etc.

En la tienda del museo venden de nuevo productos salados de todo tipo. Nos sorprendió encontrarnos sal de la marca española Carmencita.


El regreso a Tainan, sin el autobús turístico, quedará como anécdota. Gracias al dueño de un pequeño restaurante que, a pesar de estar cerrado, nos preparó unos riquísimos fideos y nos dio conversación mientras esperábamos el bus a Jiali. Hay que decir que la gente de Tainan tiene un acento bastante difícil de entender por la enorme influencia del taiwanés.


Campos de arroz desde el tren de vuelta a Taipei

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